MSN presenta un fragmento del capítulo
"Los Ángeles", del revelador libro
"El renacimiento de Natalia Ponce De León",
escrito por la periodista Martha Soto.
El texto será lanzado el jueves 16 de abril con la asistencia de Natalia Ponce, quien hará su primera aparición pública.
En medio de su angustia y estado crítico, Natalia le suplicaba a la Virgen María que la ayudara:
Cuando ingresé a Cuidados Intensivos le hablaba y le pedía que me sacara de allá. Tenía los ojos tapados, no podía respirar, estaba dopada y me metían unos tapones por la nariz para que no se me pegaran las fosas por el proceso de cicatrización. Me desesperaba no ver, no saber. Dormía despierta. Y, de pronto, se me apareció María. Así se llamaba una de las enfermeras, uno de mis ángeles en esos momentos tan difíciles. Ella me hablaba, me consolaba y me ponía música vallenata y bailable para que no me aburriera. Duré mucho tiempo para volver a abrir los ojos, mi vida estaba en penumbras. Cuando finalmente lo hice vi a mi querida enfermera. Le dije: «Yo te veo María, eres bajita, ya te veo, ya te veo». Luego apareció en mi vida Freddy. Impecable, respetuoso. Me quitaba el pañal y me bañaba todo el cuerpo con cuidado. Él fue el primero en ayudarme a lavar los dientes, con un cepillo de bebé que me llevó mi primo Alejo. Uno a uno, con paciencia. Se encargaba de mis vendajes y de mi aseo íntimo, me hablaba, me acompañaba y me llevaba estampitas de la Virgen que acomodaba con cuidado al lado de un Cristo que me habían llevado mis hermanos y de una imagen más grande de la Virgen, que estaba en una repisita, en mi cabecera.
Después de las primeras cirugías Natalia no podía hablar por el tamaño de los injertos que le hicieron en sus labios y mentón. Estaba adolorida porque también tomaron piel de sus muslos para cubrirle el abdomen, la pierna derecha y algunas zonas residuales en las extremidades superiores. Tenía los ojos vendados por los implantes de los párpados y la única manera de comunicarse, a través de señas, se había vuelto prácticamente imposible por su estado de postración. En ese momento, su tía Marina y sus amigos probaron otro método: deletrearle el abecedario y frenar en las letras que ella elegía con un movimiento de su mano, hasta formar palabras. La primera fue G-a-t-o-ra-d-e, estaba muerta de sed, pero los médicos dijeron que aún no podía beber nada.
Cuando me asignaron un cuarto ya me podía parar a ir al baño aunque a veces me enredaba con los aparatos y las cánulas. Al lado mío estaba Luz Adriana, una señora recicladora a la que le habían echado ácido en la espalda y estaba muy deprimida. Le hablaba, la animaba como podía pero yo también estaba golpeada y decidí pedirle a mi mamá que me ayudara con una enfermera permanente. En ese momento aparecieron dos bendiciones: Sindy y Luz. Se dividían los turnos y nunca me desamparaban. Lloraban conmigo, hablábamos de la vida y yo le preguntaba a Sindy: «¿Cómo estoy?». Pero yo misma tenía la respuesta. Las zonas de donde me habían retirado piel –cola, piernas y cabeza– y las de las quemaduras, me dolían. Me estaba jorobando por la cicatriz de abdomen. En ese momento uno solo quiere amor, que lo consientan. Yo les pedía a las enfermeras del Simón que me tendían la cama, que por favor no dejaran ninguna arruga. Para mí eso era mortal, mortificante.
Aunque las visitas estaban restringidas, Julia hacía guardia todo el día y parte de la noche a la entrada de Cuidados Intensivos, esperando noticias de su hija. Lloraba sola, rezaba sola y, luego, empezó a comprar cajas completas de trajes quirúrgicos y se los ponía a todo el que ingresaba a visitar a los enfermos para que nadie resultara infectado, especialmente su Natalia. En las noches, recogía las cobijas y piyamas de su hija y se las llevaba a la casa para lavarlas con agua hirviendo. Luego, las embalaba en bosas plásticas, las sellaba, dormía algunas horas y salía muy temprano hacia el hospital. Cuando se la dejaban ver, le leía la Biblia y oraba con ella. En una ocasión, Luz Adriana, la recicladora quemada, empezó a llamarla: «Mamá, mamá… ¿por qué no me reza a mí también?». Desde entonces Julia se sentaba justo en medio de las camas de su hija y de Luz Adriana, rezaba con ellas y por ellas, leía pasajes de la Biblia y les llevaba pañales y juguitos a ambas.
«El 23 de abril le pedí un papel y un esfero a mi hermano Juan Carlos y aunque no veía nada escribí: “Me duele. Estoy como un monstrico, cómprenle unas flores a mi mami para su cumple”. Y más abajo puse: “Te amo, mami, me haces falta. Es feliz cumpleaños adelantado”». Julia dice que ese día, como nunca, tuvo ganas de gritar, de llorar y aún se conmueve cuando relee la carta, adornada con un par de flores que Natalia le pintó con su brazo quemado y sus ojos en tinieblas y vendados.
El 30 de abril, los Arenas Samudio llegaron con otra de las sorpresas que ideaban para revivirla. Una amiga de la familia les contó que estaba en Colombia Geshe Michael Roach, el primer estadounidense en obtener el doctorado en budismo por parte del monasterio tibetano Sera Mey, experto en la «magia del perdón». Daniel Arenas pidió hablar con Roach le contó el caso y logró que el maestro budista se desplazara hasta el Hospital Simón Bolívar a ver a Natalia. Inicialmente, los médicos se negaron a que ingresara con su séquito, pero finalmente accedieron a que el maestro entrara unos minutos al cuarto. Roach se puso su manta y sobre ella ropa quirúrgica y tapabocas y llegó hasta la cama de Natalia en donde la observó detenidamente por algunos minutos.
Vas a estar bien. Eres fuerte de mente y de espíritu. Tienes que pensar en la gente que tienes al lado, en todos los enfermos. Con la respiración hacia adentro, inhala y siente cómo absorbes ese humo negro y espeso que los rodea y hazlo tuyo. Visualiza tu cuerpo, tus chacras, cómo ese humo recorre todas las partes hasta que llega a tu corazón. Allí visualiza una flor en la que hay un diamante hermoso que recibirá todo ese humo negro que en cuestión de segundos se transformará en luz, en una luz blanca que llegará a la gente por medio de tu respiración. Cuando exhales profundo debes pensar en eso para que los otros pacientes se curen y sanen. Cuando uno hace esto, uno también se cura y tu cuerpo va a sanar mejor y más rápido –le dijo Roach–.
Algunos escépticos dicen que sintieron una energía especial y otros se molestaron por la presencia del maestro.
Jorge Luis tiene un corazón tan grande como el universo. Nos sé cómo le cabe tanto amor por la gente. Yo lo adoro, además de ser mi tercer hijo es mi amigo, el que me lleva a misa del brazo todos los domingos. Rezo por sus manos, por sus ojos para que todo le salga bien en las operaciones. Le pido al Espíritu Santo que lo guíe. También rezo por Natalia Ponce de León, la valiente (…) Desde que Jorge Luis tenía seis años, empezó a decir que quería ser médico, una profesión que su padre siempre quiso seguir pero que dejó a un lado por la ingeniería de petróleos. Cuando Jorge Luis empezó a estudiar medicina en la Universidad Javeriana, me pedía que le dejara preparado tinto amargo para amanecer estudiando y era el más consagrado. Solo interrumpió la carrera por un dengue que casi lo mata y para estudiar inglés en el exterior. A pesar del reconocimiento que recibe, es un hombre sencillo, inteligente, un amor, todo el mundo termina queriéndolo (…). Su profesión lo absorbe por completo. Primero fue en el Hospital San Ignacio y luego en el Simón Bolívar en donde se concentró en atender a pacientes con quemaduras severas. El hospital lo absorbe y le duele ver llegar a niños y a jovencitas quemados por pólvora o por ácido. Repararles su piel es su vida es lo que lo hace feliz. Cuando no está allá, dicta clases y conferencias sobre su especialidad, investiga avances médicos, viaja o trabaja para que se visualice el problema de las personas quemadas –dice Teresita de Gaviria, la madre del cirujano, quien con sus tres hermanos se cuenta entre los pocos que conocen al otro Gaviria –.
De hecho Gaviria aceptó formar parte de la fundación que Natalia impulsará para ayudar a otras mujeres víctimas de ataque con ácido. Para él, además, el de ella es un caso especial por varias razones:
Sentía presión por la trascendencia que cobró el caso pero como cirujano estoy satisfecho porque el resultado es muy superior al del promedio. Natalia es una gran paciente, es inteligente, disciplinada y con ella hemos usado todos los medios quirúrgicos de última generación que hay a nuestro alcance. La diferencia con el resto de pacientes es que su familia la rodeó, la apoyó, porque ella es el núcleo y todos lo están protegiendo.
Aunque Natalia estuvo mucho tiempo bajo los efectos de la morfina, hay un rostro y una voz que su cerebro registró desde que llegó al Simón Bolívar y que aún le producen paz y esperanza cada vez que se los vuelve a encontrar: los de la cirujana Patricia Gutiérrez de Reyes, por veinte años coordinadora de la Unidad de Quemados y de Cirugía Plástica del Simón Bolívar. Pasaba todos los días por su camilla, le hablaba al oído y la tranquilizaba. Antes de cada cirugía, a ella y a todos los pacientes y familiares les explicaba los procedimientos a los que iban a ser sometidos. Pero, por la gravedad de las quemaduras de Natalia, a ella la revisaba con mayor frecuencia y le empezó a decir «Nana», el mismo apodo que usa para consentir a su hija, Natalia Reyes. Gutiérrez, especialista en cirugía plástica estética reconstructiva, ha consagrado su vida a ayudar a personas desfiguradas por este tipo de quemaduras. Permanentemente está investigando para desarrollar y traer nuevas tecnologías y fue ella quien contactó a Médicos por la Paz y logró que vinieran al país.
http://www.msn.com/es-co/noticias/nacional/los-%C3%A1ngeles-uno-de-los-cap%C3%ADtulos-de-el-renacimiento-de-natalia-ponce/ar-AAaWNMC#page=1
http://www.elespectador.com/noticias/bogota/el-renacer-de-natalia-ponce-de-leon-galeria-555550
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